*Francisco
Castro
El sacerdocio es una vocación no una
profesión o un medio para ganarse la vida, dicho de manera llana. El 19 de
marzo celebramos el día del padre, san José, pero también el día del Seminario
y de los seminaristas. Se han venido sucediendo actos, celebraciones y
valoraciones sobre esta fecha señalada y la vocación al sacerdocio. Veamos qué indica
la Real Academia de la Lengua Española sobre el término vocación: “Inspiración
con que Dios llama a algún estado, especialmente al de religión”.
Y, desde el punto de vista teológico
“inspiración” ha sido uno de los mayores temas de reflexión, porque las
Sagradas Escrituras son inspiradas y verdaderas. Sería largo y complejo
detenernos a analizar lo que ha venido desarrollando la Tradición y el
Magisterio desde la época Patrística. Así es que por resumir, y en palabras
sencillas, podríamos definir esta categoría como “colaboración mutua entre Dios
y el hombre”. Y también “aquel carisma que permite ver en profunda unidad la
revelación y la inspiración”. Por tanto, la vocación sacerdotal corresponde al
sentido de la Palabra definitiva que emana de las Escrituras.
Es, pues, una contemplación de cómo la
Palabra revelada en estos textos sagrados no sólo cobra actualidad permanente,
sino que da respuestas a los hombres de cada época e interpela a quienes se
sienten “tocados en sus sentidos” por la inspiración.
El Evangelio de Mateo (Mat116,18) nos
ofrece una explicación generacional; es una de las lecturas bíblicas en el día
de san José: “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús,
llamado Cristo. Así las generaciones desde Abrahán a David fueron en total
catorce; desde David hasta la deportación de Babilonia, catorce; y desde la
deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce. La generación de Jesucristo fue
de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir
juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo”.
Por lo tanto, la inspiración conlleva la
acción del Espíritu Santo, que es el amor de Dios y Cristo, su Hijo, que es la
sabiduría, desde todos los tiempos. María y José, los elegidos, recibieron la
inspiración para decir “sí”.
La inspiración, que lleva a la vocación,
está unida intrínsecamente a la Palabra de Dios. Dios habla a los hombres desde
el Antiguo Testamento para la prefiguración del Nuevo Testamento, en el que
aparece la Palabra definitiva, que es Cristo, imagen de Dios y modelo de
hombre. Y esta Palabra sabe eludir los límites del tiempo para desvelar de
forma anticipada el porvenir de cada hombre.
Hemos dicho que inspiración es una
“colaboración entre Dios y el hombre”, lo que significa que el hombre tiene que
poner sus sentidos para saber escuchar la llamada, o para estar seguro que ha
sido llamado. Porque la vocación al sacerdocio es una llamada especial,
concreta, contundente y definitiva. Sin embargo, y como cada joven es
diferente, y se encuentra en diferente situación, en no pocos casos la
respuesta a la llamada es más rápida y directa, pero en todas las llamadas hay
un denominador común, la acción del Espíritu Santo.
Cuando Dios “toca en sus sentidos” a un
joven a la vocación sacerdotal, el Espíritu Santo le abre el camino a recibir
la inspiración. Hemos oído en estos días numerosos testimonios de seminaristas
y vemos cómo algunos jóvenes tienen dudas naturales durante su período de
discernimiento, antes de dar ese paso que les lleva al Seminario. Después de
recorrer un camino y otro, que es humano y, por tanto, espiritual, quedan
“atrapados” por el amor del Espíritu Santo, que es la persona que les conduce
hacia ese camino vital. En definitiva,
no es fácil definir la vocación, que es, ante todo, una vivencia de la
conciencia, y es en la conciencia donde Dios abraza el corazón de los hombres.
La Comisión Episcopal de Seminarios y
Universidades acaba de dar unas cifras alentadoras respecto al incremento en
España del número de vocaciones. Para ayudar a muchos jóvenes que sienten algo
en su corazón; para ayudarles en esas dudas naturales; para ayudarles a
discernir, la Conferencia Episcopal Española ha lanzado la campaña “Pasión por
el Evangelio”, y ha editado un vídeo, que se puede encontrar en su página web o
bien en YouTube, titulado “Te prometo una vida apasionante”, que también se difunde
en las redes sociales. En el vídeo aparecen nueve sacerdotes diocesanos que
interpelan de manera directa, y lanzan un mensaje de ánimo y comprensión. “No
te prometo una vida de aventuras, te prometo una vida apasionante”. También se
puede encontrar información en la web: www.teprometounavidaapasionante.com.
El decreto del Concilio Vaticano II
“Optatam totius” (nº2), señala que “toda la
comunidad cristiana tiene el deber de
fomentar las vocaciones, y debe procurarlo, ante todo, con una vida plenamente
cristiana; para ello ayudarán muchísimo tanto las familias que, animadas por el
espíritu de fe, amor y piedad, llegan a constituirse en el primer seminario,
como las parroquias llenas de vida en las que toman parte los mismos
adolescentes”. Debe ser diáfana la necesidad de que las familias ayuden a los
jóvenes a ese discernimiento, ante una de las tareas más importantes en el
mundo: el sacerdote es imagen de Cristo, prolongación de sus palabras y sus
gestos, prolongación de su amor al prójimo y de su acción caritativa. Este
mundo secular necesita sacerdotes.
Algunos
mensajes de ese vídeo: Te necesitarán; llevarás esperanza; unirás corazones;
acompañarás a los que sufren; confirmarás a los que quieren ser fuertes;
experimentarás con ellos la verdadera alegría; sumergirás a los hombres en la
verdad y serás testigo de Jesucristo.
*Periodista
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*Francisco Castro
El cardenal Stefan Wyszynski, mentor de Juan Pablo II, dijo que “la fe es una fuerza que ustedes desconocen”. Wyszynski pronunció estas palabras cuando fue detenido durante la ocupación comunista de Polonia. Antes de salir de la sede del Primado hacia su reclusión también comentó a los agentes que le llevaban preso que “vine pobre y me iré pobre”.
Recordé a Stefan Wyszynski cuando leí el comentario de Domingo J. Jorge, responsable de comunicación del Instituto Superior de Teología de las Islas Canarias (ISTIC), en la revista Iglesia Nivariense, de su edición de marzo. Domingo J. Jorge hablaba de los efectos de la crisis, y señalaba de forma acertada que “se ha multiplicado la fe”, y también que “ahora vemos más a Dios”.
Y Dios actúa sobre el mal haciendo el bien porque, desde luego, observo cada día destellos de la acción divina, de la acción del Espíritu Santo, que ejerce su amor no sólo a creyentes sino a no creyentes de buena voluntad. “Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron” (Jn 1, 5). (Cristo es la luz, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento). Muchos sabemos que hay personas que dicen que no creen en Dios y, sin embargo, hacen su vida en similar actitud respecto a los valores morales del cristianismo católico.
Los planteamientos pragmáticos y relativistas que hemos sufrido en los últimos años, que han ido contra la libertad de conciencia y de religión; que han incidido en el derecho fundamental e inalienable de la vida, impresa en la ley natural; que han roto la sociedad en un ambiente de individualismo; que han “resquebrajado” a familias enteras por diversas razones, etcétera, observamos que, estos planteamientos han ido contra ellos mismos. La gravosa situación a la que han abocado ha surtido los efectos contrarios: ahora, como consecuencia de la crisis, miles de familias se han vuelto a unir; parientes que no se hablaban durante años, ahora se han reconciliado; personas que se habían alejado de la fe, ahora se han vuelto a acercar; otras que no veían a Dios por el pragmatismo, ahora, que le han quitado esa cortina de los ojos, lo han vuelto a ver y a reconocer; miles de personas humanas que se habían alejado de la Iglesia, ahora se apegan a la oración y a la Eucaristía.
Sí, nuestras oraciones han hecho efecto; Dios las ha escuchado y el Espíritu Santo ha dado su amor por los demás. ¡Cuántas homilías he escuchado en las que el ministro pedía el perdón a los demás, la reconciliación entre familiares y con la sociedad! Ahora, las veo en su cumplimiento. Frente a esas ideologías en afección a muchas familias, el cardenal Rouco Varela, durante las Jornadas Mundiales de la Juventud 2011, en Madrid, dijo de manera contundente que gracias a las familias, muchas personas han podido sobrevivir a la crisis.
Porque, no nos llevemos a engaños. La crisis no se deriva de las entidades financieras, que no son agencias inmobiliarias. La economía se desarrolla en un conjunto de parámetros que están concatenados. Un solo sector económico no puede provocar una crisis económica y menos mundial. En todo caso, para eso está el Gobierno, para regular los mercados. Y, esta crisis tiene dos caras, la económica y la cultural. La crisis cultural incide en la económica y la económica atenta contra la libertad y el bien común. “El bien común, que los hombres buscan y consiguen formando la comunidad social, es garantía del bien personal, familiar y asociativo. Por estas razones se origina y se configura la sociedad, con sus ordenaciones estructurales, es decir, políticas, económicas, jurídicas y culturales” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, nº 61).
No quiero pasar página sin destacar que la Iglesia ha dicho la verdad durante todos estos años sobre lo que en el fondo ha estado ocurriendo. Las informaciones que recibimos todos los días, desde los diferentes ámbitos que nos rodean, tienen el denominador común de la superficialidad, no invitan a la reflexión, y la persona humana necesita, por su doble ámbito carnal y espiritual, de momentos de ocio para la reflexión. La reflexión y la contemplación son dos momentos para discernir sobre nuestro presente y futuro, sobre el amor caritativo; lo que se consigue de manera eficaz con la oración. Y, para orar, no hay que ser ningún especialista. Basta una oración sencilla; bastan unas palabras dirigidas a Dios; basta seguir el modelo que no agota la existencia humana: Cristo. Con una sencilla contemplación a la imagen de Cristo, Él nos habla. Estoy aquí, clavado en la Cruz, no me he movido de aquí para que tú me veas siempre. Él es origen de la libertad. “Todo me es lícito, pero no todo me conviene. Todo me es lícito, ¡pero no me dejaré dominar por nada!” (1Cor 6,12).
Les invito a que lean la encíclica de Benedicto XVI “Cáritas in veritate”, de rabiosa actualidad. Un texto de lectura sencilla, al alcance de todo el mundo. El Papa, con ese talento que le caracteriza, hace un análisis certero sobre el desarrollo humano de nuestro tiempo; la fraternidad, el desarrollo económico y de la sociedad civil; desarrollo de los pueblos, derechos, deberes y el medio ambiente; la colaboración de la familia humana; el desarrollo de los pueblos y de la técnica, entre otros temas. Pone los puntos sobre las íes sobre nuestra realidad actual. “La apertura moralmente responsable a la vida es una riqueza social y económica. Grandes naciones han podido salir de la miseria gracias también al gran número y capacidad de sus habitantes. Al contrario, naciones en un tiempo florecientes pasan ahora por una fase de incertidumbre, y en algún caso de decadencia, precisamente a causa del bajo índice de natalidad” (Cáritas in veritate, nº 44).
Cuando en Teología dicen la “persona humana” no es una redundancia. Destacan que la persona no es un simple número, “una cosa”, como dirían los pensamientos relativistas. Es mucho más. Toda persona tiene cuerpo y espíritu, tiene una “naturaleza” humana. Pertenece a la naturaleza. No es una “cosa” en el vientre de su madre que se puede tirar a la basura. Porque así sigue ocurriendo, literalmente.
Quiero insistir en la necesidad de informarnos y de formarnos. El ISTIC cuenta con las herramientas necesarias. Por ejemplo, la especialidad de Teología Moral nos acerca a los entresijos de la política y la economía. El ISTIC ofrece una formación humana e integral que permite observar el mundo desde una panorámica privilegiada. “Mejor es adquirir sabiduría que oro, más vale inteligencia que plata” (Pro 16, 15).
*Periodista
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Los jóvenes, la razón de vida y esperanza
*Francisco Castro
El papa Juan Pablo II, en su primer discurso en la plaza de San Pedro, con una voz profunda, contundente y resonante, dijo: “Los jóvenes sois mi esperanza, sois la esperanza de la Iglesia”.
Si los jóvenes son la esperanza de la Iglesia, lo son también de la sociedad. Los jóvenes viven hoy en una sociedad muy compleja, una sociedad que presenta un futuro muy incierto para todos. Como los demás, los jóvenes reciben información cada día, y además información contradictoria, con lo que no saben a qué atenerse.
El Magisterio de la Iglesia siempre se ha ocupado de los jóvenes. De hecho, según las biografías, Juan XXIII se sensibilizó con los jóvenes, que fueron uno de los motivos que le llevó a la convocatoria del Concilio Vaticano II. ¿Qué respuestas puede dar la Iglesia a los jóvenes?
El decreto conciliar “Apostolicam actuositatem” (AA) señala en su nº 12 que “los jóvenes tienen en la sociedad actual un papel de extraordinaria importancia. Sus condiciones de vida, su modo de pensar y sus relaciones con la propia familia han cambiado notablemente”. Y agrega que “impulsados por el ardor de su vida y por su energía desbordante asumen su propia responsabilidad y desean participar en la vida social y cultural”.
El decreto AA se expresa así de forma tajante: “Procuren los adultos entablar con los jóvenes un diálogo amigable que permita a ambas partes, superada la diferencia de edad, conocerse mutuamente y compartir las riquezas propias de cada uno. Los adultos deben impulsar a la juventud hacia el apostolado, en primer lugar con el ejemplo y, llegada la ocasión, con consejos prudentes y ayudas eficaces”.
Aquí hay un dato importante, la diferencia de edad y la comprensión mutua. Porque, la ruptura de esta sociedad ha incidido en diferenciar aún más las etapas evolutivas de las sucesivas generaciones, en primer lugar con la ruptura en el ámbito familiar.
Recuerdo una situación real, que es similar a otras muchas, en la que un padre se aquejaba de no entenderse con su hijo adolescente. Después de visitar a un psicólogo y comprender que el padre se pasaba el día inmerso en su trabajo y sus ocupaciones, el padre le dijo a su hijo: “Ya verás lo buenos amigos que vamos a ser a partir de ahora”. El hijo le contestó: “Papa, yo amigos tengo muchos, lo que yo quiero es tener un padre”.
Esta situación podríamos enlazarla con un tema de actualidad, por ley natural, los hijos evolucionan de forma natural es una familia estable compuesta por mujer y marido. Los niños, pues, necesitan un padre y una madre. Pero éste no es motivo del presente artículo.
La pregunta que se hacen todos los agentes de pastoral es cómo acercarse a los jóvenes, por lo que vamos a dar unos consejos breves y sencillos:
-A los jóvenes hay que atenderlos tanto como grupos y como sujetos individuales.
-Hay que considerarlos en su situación particular. Cada joven es una persona, singular e irrepetible.
-Hay que conocer cómo son y cómo piensan.
-Son una realidad, permítanme la expresión, “desafiante” para la Nueva Evangelización.
¿Qué retos puede tener la Iglesia?
-Primero, acercamiento a la realidad eclesial, de forma adecuada y teniendo en cuenta el carácter de los jóvenes.
-La “cultura dominante” les ha planteado un desafío ante el materialismo y el pragmatismo.
-Hay que presentar a Cristo como modelo e identificación de vida.
-Impulsarles hacia la madurez como persona. Hay que conocer cómo son sus etapas evolutivas.
-Los adultos se deben adaptar a los lenguajes de hoy. Eso no quiere decir dar una patada al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Quiere decir comprender a los jóvenes.
-Ayudar a los jóvenes que quieren participar en la Iglesia.
Juan Pablo II dijo en Valencia, en uno de sus viajes a España, que “se puede ser muy de hoy y muy de Cristo”. Los jóvenes necesitan y usan modelos de conducta, por eso tienen “ídolos”, lo que no significa que sustituyan a los padres. Pero los ídolos son efímeros, mientras que el modelo de Cristo permanece para toda la vida; tiene actualidad permanente. Esto tampoco quiere decir que haya que apartar a los jóvenes de sus “ídolos”, que forman parte de su evolución natural, sino presentar a Cristo como modelo y forma de vida que es para siempre, no como los “ídolos” juveniles.
¿Con qué herramientas disponemos para comprender y ayudar a los jóvenes? Medios de comunicación, la cultura (arte, conciertos, festivales, encuentros); mundo del deporte; encuentros personales, y sobre todo la familia como núcleo principal del desarrollo de los jóvenes. Pero, en no pocos casos, primero hay que educar a los padres, para que ellos tengan las herramientas adecuadas para educar a sus hijos. Precisamente, muchos padres arrastran carencias desde su propia juventud.
Quiero recordar, por un lado, la importante tarea que está realizando nuestro obispo, Bernardo Álvarez, que ha puesto los medios necesarios para atender a los jóvenes. La Diócesis Nivariense también es pionera en esta materia. Se ha preocupado en disponer de especialistas en la materia. Por otro lado, hay que insistir en que el Instituto Superior de Teología de las Islas Canarias (ISTIC) es centro de la vida de la Iglesia en enseñanza, formación e información, y cuenta con el COF (Centro de Orientación Familiar).
Y, como especialistas, quiero recordar al recién ordenado diácono, Alejandro Abrante, que ha llenado los corazones de muchos jóvenes. No para. Vive en cuerpo y alma preocupado por los jóvenes, y es ejemplo vital para los adultos que quieren crecer en la fe.
*Periodista.