Hemos hablado en estos días de que el nacimiento de Jesús debe implicar el nacimiento de Dios en nuestros corazones y que la oración debe llevar a la santidad, se debe hacer vida de oración, como dice el Catecismo. Y la santidad, no es poca cosa, es imitar a Cristo, pero Cristo, como decía Bernabé a Pablo, es un “amo” muy exigente. “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo desparrama” (Lc 11, 23). Y entre esas exigencias hay una de gran dureza y radicalidad: saber perdonar y pedir perdón.
De manera insistente oímos en nuestras parroquias, en las homilías, la necesidad de perdonar al prójimo. El Catecismo habla de los sacramentos de curación: la penitencia y la reconciliación. Entre otros motivos, estar en paz con uno mismo y con el prójimo es estar en paz con Dios. Yo he comentado este tema con otros hermanos cristianos y resulta que es uno de los mayores problemas que debemos afrontar, pero hay que afrontarlo con valentía.
El nacimiento del Niño Jesús debe implicar, como dije, el nacimiento de Dios en nuestros corazones, lo que también significa una conversión permanente. Por el sacramento del Bautismo comienza una nueva vida en Cristo, abrimos nuestra conciencia y nuestros corazones como templos del Espíritu Santo. Por el Bautismo somos hijos adoptivos del Padre y además este sacramento permite el perdón del pecado original y de los pecados personales. Ese pecado original que, según nuestra antropología, lo venimos arrastrando de generación en generación. Los padres de la Iglesia ya hablaban de una corrupción del hombre de manera hereditaria. La existencia del hombre empeoró (ver concilios de Cartago, 418; Orange, 529 y Trento, 1546). Sin embargo, una vez recibido el Bautismo, estamos expuestos a la concupiscencia, por eso es necesaria la conversión permanente, la reconciliación con Dios y con el prójimo.
Seguir a Cristo significa cambiar de estilo de vida. Y me preguntan, ¿se puede ser santo en los tiempos que corren? Y yo respondo, ¿es que, acaso los santos canonizados no vivieron también en épocas difíciles? ¿Es que esos santos no tuvieron que luchar contra viento y marea? “Pues yo os digo: amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso también los paganos? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre del cielo” (Mt 5, 44-48).
Cristo resucitado instituyó el sacramento de la reconciliación cuando la tarde de Pascua se mostró a sus apóstoles y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 22-23).
La reconciliación es necesaria a través de la absolución del sacerdote en la confesión, que concede el perdón en nombre de Cristo y la satisfacción espiritual y personal del penitente. Los actos del penitente son el examen de conciencia, la denominada contrición, que es el arrepentimiento, la confesión ante el sacerdote y la satisfacción, que son los actos para la reparación de los pecados. No hay que tener miedo ni vergüenza de acercarnos a nuestro párroco o a nuestro confesor. El confesor, además, está obligado por Derecho Canónico “a guardar secreto de los pecados por confesión”.
Como ya hemos dicho en otras ocasiones, el Antiguo Testamento (AT) prefigura el Nuevo Testamento (NT). Cristo ha venido a cumplir la ley pero también inaugura la ley definitiva, anuncia la Buena Nueva, anuncia el Reino de Dios. Hay muchas citas en el AT sobre el perdón al prójimo, pero me voy a detener en una de ellas: “Perdona la ofensa a tu prójimo y, cuando reces, tus pecados te serán perdonados. Si un hombre alimenta la ira contra otro, ¿cómo puede esperar la curación del Señor? Si no se compadece de su semejante, ¿cómo pide perdón por sus propios pecados? Si a él, un simple mortal, guarda rencor, ¿quién perdonará sus pecados?” (Si 28, 2-5).
Hermosas palabras para terminar y recordar que las respuestas a nuestras inquietudes están contenidas en la Palabra de Dios, en las Sagradas Escrituras, pero el Catecismo debe ser también libro de referencia y es una necesaria guía cristiana. Hay excelentes versiones del Catecismo de la Iglesia Católica, como los compendios, para una lectura más sencilla, que las pueden encontrar en nuestras Librerías Diocesanas.
Muy pronto, el ISTIC abrirá las matrículas para el segundo cuatrimestre, el Catecismo es un libro que todo alumno debe tener como libro de referencia, aparte del Concilio Vaticano II, la Biblia y el Magisterio. Son libros con los que debemos familiarizarnos de manera progresiva.
Jesús promete a los suyos el don de la sabiduría: “yo os comunicaré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios” (Lc 21, 15).
*Periodista. Estudiante de Ciencias Religiosas.