Alejandro Abrante. Foto: Esteban Glez. |
Este licenciado en Ciencias Religiosas, profesor de instituto y cantautor, además de enamorado marido y padre de dos hijos, se llama Alejandro Abrante. Le podemos definir como un joven adulto, que se preocupa por sus iguales, los jóvenes. Sobre ello imparte también una asignatura denominada Teología Pastoral Juvenil en el centro Juan Pablo II del Instituto Superior de Teología de las Islas Canarias. Y este hombre preocupado por ofrecer su estilo de vida a los más jóvenes lo hace con su guitara y su voz, sin embargo también utiliza otras herramientas como querer aprender el lenguaje 2.0 de esta generación cibernética.
-¿Se preocupa la Iglesia por lo jóvenes?
“Los jóvenes son una preocupación que tiene la Iglesia, pero tienen que pasar a ser una ocupación. Está claro que o nos ponemos las pilas, y empezamos a articular una nueva Pastoral de Jóvenes con nuevos métodos y nuevo ardor, o seguiremos alejándonos de ellos. Quedarnos satisfechos con anunciar el Evangelio a los chicos de cualquier manera es de por sí antievangélico. Hay que tener en cuenta que cuando uno hace un plan, un programa, tiene que saber a quién va dirigido. Esto quiere decir que aunque la pastoral de la Iglesia es la misma para todos, tenemos que saber a quién va dirigida. En la Semana de Teología que celebramos hace unas semanas en el ISTIC, reflexionábamos sobre esto. Una pastoral de jóvenes sin reflexión teológica no tiene sentido, pero una pastoral de jóvenes sin los jóvenes, tampoco lo tiene”.
-¿Quizás uno de los hándicaps es que existe un problema de lenguaje?
-“Cierto, hoy tenemos un problema de lenguaje con los jóvenes. Desconocemos el lenguaje de los jóvenes. Ellos no entienden muchas veces lo que dice la Iglesia. No comprenden sus ritos, ni nuestros signos, no se cansan de repetir que se aburren en las celebraciones y reuniones, no se ven partícipes, no visualizan nuestra cosmovisión de la vida, no les gustan muchas cosas de la Iglesia; cuando acuden a los actos de las parroquias consideran que están perdiendo el tiempo. Por lo tanto, creo que ha llegado el momento de ser fieles al Evangelio y a los jóvenes. Tenemos que ser más creadores. En los últimos tiempos, se ha originado un vertiginoso avance en el mundo de las nuevas tecnologías con unos estilos juveniles específicos. Benedicto XVI en la JMJ Sidney 2008 señalaba la complejidad con la que nos encontramos los adultos para tratar todo aquello vinculado al ámbito juvenil. Eso quiere decir que tenemos que volver a repensar qué hay que hacer para que ellos nos entiendan. Además, creo que no sólo es un problema de que ellos no nos entiendan, sino que los adultos estamos en otra clave, en otra onda”.
-¿Los adultos somos extranjeros para estas nuevas generaciones?
-“Los chicos viven en un mundo que es el 2.0. En ese espacio nosotros somos los extranjeros. Podemos hablar ese idioma, pero no es nuestro lenguaje materno. Ellos, en cambio, han nacido y crecen en la generación de la redes sociales, de las nuevas tecnologías. Nosotros, se decía antes, nacíamos con un pan bajo el brazo. Hoy lo chicos vienen al mundo con un iPad bajo el brazo. Es la era de la cibernética. En la Iglesia deberíamos acercarnos a los jóvenes para entenderlos y que ellos lleven nuestro mensaje a sus cercanos. Debemos hacer esa cadena. Debemos empezar el trabajo en red, la utopía de lo pequeño, en lugar de los grandes eventos, y hacer protagonistas a los jóvenes, que ellos se sientan partícipes de la comunidad de Dios”.
-¿Pero esto se trata sólo de un problema de Canarias?
-“Nuestra situación en Canarias, en este sentido, no es muy diferente a la del resto del mundo occidental. Eso es otro añadido que nos han proporcionado las nuevas tecnologías. Nuestros jóvenes se parecen al resto de sus convecinos occidentales, porque conviven con ellos en las redes y en internet. Hablan el mismo idioma. Lo que sucede es que luego existen peculiaridades que vienen determinadas por sus estratos sociales. No es lo mismo un joven de 25 que uno de 14, y no es lo mismo un chico de un barrio que uno de una zona residencial. Hemos de adecuarnos a todos y de estar con todos. Hemos de hablar el lenguaje de cada uno de ellos para preocuparnos por sus cosas y para llevarles nuestro estilo de vida, el de Jesús”.