Francisco
Castro*
“El
futuro de la humanidad se fragua en la familia. Por consiguiente, es
indispensable y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por
salvar y promover los valores de la familia”. Son palabras de Benedicto XVI en
un reciente discurso. Desde luego, hay un amplio Magisterio sobre la familia,
que saco a colación por las fechas que estamos viviendo, como Adviento, Navidad, 1 de enero, Santa María,
Madre de Dios y Reyes. No me voy a parar en estos acontecimientos históricos,
metahistóricos y litúrgicos, ya que los creyentes tendremos suficiente
información en estos días. Me voy a detener en una consecuencia de lo
fundamental: la familia.
El
centro de todos estos acontecimientos es cristológico, y soteriológico, por
supuesto, pero también es familiar, porque Dios Trino es una familia (RAHNER
KARL, Mysterium Salutis), y Jesús nace en el seno de una familia humana, en la
Sagrada Familia, familia en la que la Virgen es corredentora.
Este
Dios Trino es un Dios cercano, personal, amigo (Jn 15,15) y firme, que habla de ese espacio en el que se
tiene que desarrollar la familia, firme como la roca (Gn 49,24), pero una roca
de amor, de creación genealógica. Una roca que promete un lugar para las
familias.
No
cabe duda que reconforta hacernos regalos en estos días, pero el mayor regalo
es la familia, y el peor la soledad, una soledad que nos ha traído una nueva
cultura, la cultura del consumismo, la cultura del divorcio fácil, la cultura
de la muerte. Parejas jóvenes y con niños pequeños, separadas; personas con
niños de diversas parejas, niños rin rumbo, niños que una semana tienen que
estar con su madre y la siguiente con su padre. Niños, en definitiva, que sin
darnos cuenta, van creando traumas y estos niños de hoy son los hombres del mañana.
Y,
no nos danos cuenta de que si la sociedad ha progresado, si ha habido cultura y
ciencias, si tenemos avances científicos es porque las sociedades, modernas o
primitivas se han asentado en familias estables. “La familia fundada en el
matrimonio –dice Benedicto XVI- constituye un patrimonio de la humanidad, una
institución social fundamental; es la célula vital y el pilar de la sociedad y
esto afecta tanto a creyentes como a no creyentes. Es una realidad por la que todos
los Estados deben tener la máxima consideración, y pues, como solía repetir
Juan Pablo II, el futuro de la humanidad se fragua en la familia”.
Aprovechemos
estos días para “hacer” familia. Hagamos que todo el año sea Navidad. ¿Por qué?
En Navidad nos felicitamos, nos queremos, somos amables, nos sonreímos en los
lugares públicos, nos cedemos el paso, nos deseamos lo mejor. Pues, ¡que todo
el año sea Navidad! Yo no quiero que el 7 de enero se acaben estos gestos de la
condición innata del ser humano, que durante el año permanecen ocultos.
Y
la Iglesia, como señala el Magisterio, no puede dejar de anunciar el beneficio de las
familias, y que la familia representa a Dios mismo, porque Dios Trino es una
familia. La Iglesia no puede dejar de anunciar que de acuerdo con los planes de
Dios (Mt 19,3-9) el matrimonio y la familia son insustituibles. Porque la
familia, dice el Magisterio, es una especie de Iglesia doméstica (DZ 4128); la
familia cristiana está llamada a dar testimonio de su fe en su propio seno y
frente al mundo (DZ 4161 y 4706).
Hace
poco lancé al aire una pregunta ¿Qué quiere Él (Jesús) de nosotros? Y ahora
pregunto ¿qué quiere la Iglesia de nosotros? Lo mismo que quiere Jesús, que
seamos valientes, que seamos una roca, firme, como dice la Palabra de Dios en el
Génesis. Que digamos sin miedo qué es la Navidad; que Papa Noel lo inventó una
firma comercial y que el Papa Noel original se llama San Nicolás. Y, ¿qué dice
nuestra antropología: “Sed fecundos y multiplicaos (dijo Dios al ser humano),
henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves del
cielo y en todo animal que repta sobre la tierra” (Gn 1,28).
Cuando
veo a mis hijos, que me miran y me sonríen, veo a Dios y le doy las gracias por
este bien. Sin embargo, cuando veo un vídeo sobre el aborto lloro, porque es un
ser humano, de sus padres y de Dios, que se tira a la basura.
Permítanme
desnudarme, como lo hizo mi patrón san Francisco de Asís. Yo no tuve familia. A
los seis años quedé huérfano de padre y mi madre tenía una enfermedad. No me
dejaba tocar la comida, con que pasé mucha hambre ¿Tíos y demás familiares?
Familias rotas y separadas, con que estaba solo con el problema. Conseguí
llegar al instituto y hacer el Bachiller en el nocturno. Mi madre me cerraba la
puerta y tuve que “dormir” muchas noches en la calle. Dios, que estaba conmigo,
aunque yo entonces no lo sabía, hizo que consiguiera pronto un trabajo y que
saliera de aquel infierno. Yo no sé lo que es una familia, sí, la mía propia.
Yo he sido un niño roto, hambriento y en soledad, y sobre todo con falta de
amor, con una sola arma: la superación humana, la fuerza que da el alma, el
amor del Espíritu Santo.
Por
favor, en estos días, y todo el año, abracen a sus hijos, denles muchos besos,
porque el tiempo terrenal se pasa rápido. Yo sé lo que es el valor de la
familia, la mía propia, y el desvalor de no tenerla.
Se
sea creyente o no, el ser humano nace pidiendo amor y a las puertas de la
muerte pide amor, no pide soledad.
Gracias,
Cristo, por las palabras que han salido de tu boca; gracias por los gestos de
tus manos; gracias, Cristo, por tu compañía.
*Periodista.
Estudiante de Ciencias Religiosas.