Tenerife recibió las reliquias de Don Bosco, este mes de
octubre de 2012, en un ambiente de expectación, espiritualidad e incluso
festivo, un interés que se extendió, no sólo a los integrantes de la comunidad
salesiana, sino a representantes de instituciones públicas, sociales y a no
pocos fieles, en general. Quizá hemos prestado atención últimamente a noticias
que hacen referencia a “visitas” de reliquias de santos en diversos países. Incluso
la ampolla con la muestra de sangre del beato Juan Pablo II ha podido ser
venerada, en una “ruta” pastoral y, sobre todo, espiritual.
Pero, ¿qué son las reliquias? Son los restos del cuerpo,
parte del cuerpo de santos, además de sus ropas u objetos que han usado o
estado en contacto con estas personas que venera la Iglesia Universal. También
se consideran reliquias aquellos objetos relacionados con Cristo, y de manera
especial con la Pasión, como la sábana santa y otros posibles objetos que son
motivo de investigaciones científicas.
¿Qué dice la Iglesia de las reliquias? El Catecismo indica
que “el sentido religioso del pueblo ha encontrado, en todo tiempo, su
expresión en formas variadas de piedad en torno a la vida sacramental de la
Iglesia”, como la veneración de las reliquias. El Magisterio se ocupa de este
asunto desde el siglo I. El papa Juan XV promulgó la encíclica “Cum conventus
esset”, en el año 993, dentro de uno de los más antiguos procesos de
canonización, en la persona del obispo Udalrico de Augsburgo/Lech, y en la que
señala que “puesto que de tal manera adoramos y veneramos las reliquias de los
mártires y confesores”.
El Concilio Vaticano II también se ocupó de este asunto de
gran interés para los fieles desde todos los tiempos. En la constitución
“Sacrosanctum concilium” señala que “se rinde culto a los santos en la Iglesia
según la tradición y se veneran imágenes y reliquias verdaderas”.
No obstante, desde tiempos pretéritos, las reliquias han
sido motivo de usos inapropiados e incluso de controversias, por lo que el
Magisterio ha tenido que hacer puntualizaciones. El Concilio IV de Letrán
(1215) aprobó un capítulo dedicado a las reliquias, en el que se indica que “la
religión cristiana es demasiado a menudo denigrada porque algunos exponen
reliquias de santos para venerarlas o para mostrarlas a cada paso. Para que eso
no se produzca más en el futuro, establecemos por el presente decreto que las
reliquias antiguas no sean más expuestas fuera de su relicario ni mostradas
para ser vendidas”.
Vemos cómo desde entonces se reclama un uso adecuado, la
conservación eclesiástica pertinente y además se detecta ya el peligro de la
comercialización. Hoy, el Derecho Canónico vuelve a insistir sobre este
problema al determinar que “está terminantemente prohibido vender reliquias
sagradas” (c. 1190).
Más tarde, el papa Martín V, en la bula “Inter cunctas”, de
febrero de 1418, dice que “es lícito que los fieles de Cristo veneren las
reliquias y las imágenes de los santos”. La Iglesia ha defendido las reliquias
como signo de lo sagrado, pero al mismo tiempo ha facilitado a los fieles el
desarrollo del hecho religioso en sus variadas expresiones.
Con independencia de lo que ha deparado la historia, los
problemas dogmáticos y de piedad popular a los que se ha tenido que enfrentar
la Iglesia, hoy se cuenta con muchos medios para la conservación de las
reliquias, su custodia, su adecuado uso y su exposición a los fieles.
Hay que tener en cuenta un dato importante, las expresiones
de la religiosidad popular complementan la vida litúrgica de la Iglesia, pero
no la sustituye. Por estas y otras razones, aspectos como la veneración de
reliquias deben estar al cuidado de los obispos y de las normas generales de la
Iglesia. Las devociones deben estar unidas al conocimiento del Misterio de
Cristo. En este sentido, el Catecismo dice que “la sapiencia popular católica
tiene una capacidad de síntesis vital; así conlleva creadoramente lo divino y
lo humano: Cristo y María; espíritu y cuerpo; comunión e institución; persona y
comunidad; fe y patria; inteligencia y afecto”.
Juan Bosco (1815-1888), natural de Ibecchi, Italia, es el
santo de los jóvenes. Desde su infancia conoció la pobreza. Hijo de humildes
obreros, quedó huérfano a los dos años, pero contó con el amor de su madre, que
le enseñó, desde muy pequeño, a ver a Dios en las cosas cotidianas.
Como sacerdote se volcó en la caridad hacia los más
necesitados, y de manera especial ayudó a muchos niños y jóvenes; les consiguió
comida y techo y les ofreció educación y evangelización. Algunos de estos
mismos chicos quisieron prolongar la obra de Don Bosco, con lo que surgió la
Congregación Salesiana con el nombre de Sociedad de San Francisco de Sales.
Según las biografías, una de las últimas frases de Don Bosco fue: “Decid a mis muchachos
que les espero en el paraíso”.
*Periodista