miércoles, 10 de octubre de 2012

DESDE LA PALABRA, por Francisco Castro: "Las reliquias, un `tesoro' para la piedad popular"


*Francisco Castro

Tenerife recibió las reliquias de Don Bosco, este mes de octubre de 2012, en un ambiente de expectación, espiritualidad e incluso festivo, un interés que se extendió, no sólo a los integrantes de la comunidad salesiana, sino a representantes de instituciones públicas, sociales y a no pocos fieles, en general. Quizá hemos prestado atención últimamente a noticias que hacen referencia a “visitas” de reliquias de santos en diversos países. Incluso la ampolla con la muestra de sangre del beato Juan Pablo II ha podido ser venerada, en una “ruta” pastoral y, sobre todo, espiritual.


Pero, ¿qué son las reliquias? Son los restos del cuerpo, parte del cuerpo de santos, además de sus ropas u objetos que han usado o estado en contacto con estas personas que venera la Iglesia Universal. También se consideran reliquias aquellos objetos relacionados con Cristo, y de manera especial con la Pasión, como la sábana santa y otros posibles objetos que son motivo de investigaciones científicas.

¿Qué dice la Iglesia de las reliquias? El Catecismo indica que “el sentido religioso del pueblo ha encontrado, en todo tiempo, su expresión en formas variadas de piedad en torno a la vida sacramental de la Iglesia”, como la veneración de las reliquias. El Magisterio se ocupa de este asunto desde el siglo I. El papa Juan XV promulgó la encíclica “Cum conventus esset”, en el año 993, dentro de uno de los más antiguos procesos de canonización, en la persona del obispo Udalrico de Augsburgo/Lech, y en la que señala que “puesto que de tal manera adoramos y veneramos las reliquias de los mártires y confesores”.

El Concilio Vaticano II también se ocupó de este asunto de gran interés para los fieles desde todos los tiempos. En la constitución “Sacrosanctum concilium” señala que “se rinde culto a los santos en la Iglesia según la tradición y se veneran imágenes y reliquias verdaderas”.
No obstante, desde tiempos pretéritos, las reliquias han sido motivo de usos inapropiados e incluso de controversias, por lo que el Magisterio ha tenido que hacer puntualizaciones. El Concilio IV de Letrán (1215) aprobó un capítulo dedicado a las reliquias, en el que se indica que “la religión cristiana es demasiado a menudo denigrada porque algunos exponen reliquias de santos para venerarlas o para mostrarlas a cada paso. Para que eso no se produzca más en el futuro, establecemos por el presente decreto que las reliquias antiguas no sean más expuestas fuera de su relicario ni mostradas para ser vendidas”.

Vemos cómo desde entonces se reclama un uso adecuado, la conservación eclesiástica pertinente y además se detecta ya el peligro de la comercialización. Hoy, el Derecho Canónico vuelve a insistir sobre este problema al determinar que “está terminantemente prohibido vender reliquias sagradas” (c. 1190).

Más tarde, el papa Martín V, en la bula “Inter cunctas”, de febrero de 1418, dice que “es lícito que los fieles de Cristo veneren las reliquias y las imágenes de los santos”. La Iglesia ha defendido las reliquias como signo de lo sagrado, pero al mismo tiempo ha facilitado a los fieles el desarrollo del hecho religioso en sus variadas expresiones.

Con independencia de lo que ha deparado la historia, los problemas dogmáticos y de piedad popular a los que se ha tenido que enfrentar la Iglesia, hoy se cuenta con muchos medios para la conservación de las reliquias, su custodia, su adecuado uso y su exposición a los fieles.
Hay que tener en cuenta un dato importante, las expresiones de la religiosidad popular complementan la vida litúrgica de la Iglesia, pero no la sustituye. Por estas y otras razones, aspectos como la veneración de reliquias deben estar al cuidado de los obispos y de las normas generales de la Iglesia. Las devociones deben estar unidas al conocimiento del Misterio de Cristo. En este sentido, el Catecismo dice que “la sapiencia popular católica tiene una capacidad de síntesis vital; así conlleva creadoramente lo divino y lo humano: Cristo y María; espíritu y cuerpo; comunión e institución; persona y comunidad; fe y patria; inteligencia y afecto”.

Juan Bosco (1815-1888), natural de Ibecchi, Italia, es el santo de los jóvenes. Desde su infancia conoció la pobreza. Hijo de humildes obreros, quedó huérfano a los dos años, pero contó con el amor de su madre, que le enseñó, desde muy pequeño, a ver a Dios en las cosas cotidianas.

Como sacerdote se volcó en la caridad hacia los más necesitados, y de manera especial ayudó a muchos niños y jóvenes; les consiguió comida y techo y les ofreció educación y evangelización. Algunos de estos mismos chicos quisieron prolongar la obra de Don Bosco, con lo que surgió la Congregación Salesiana con el nombre de Sociedad de San Francisco de Sales. Según las biografías, una de las últimas frases de Don Bosco fue: “Decid a mis muchachos que les espero en el paraíso”.

*Periodista