El papa, Benedicto XVI, ha promulgado el motu propio “Latina
Lingua” por el que se crea la Academia Pontificia Latinitatis, cuyo fin es la
“custodia y promoción” de la lengua latina. Esta academia dependerá del
Pontificio Consejo de Cultura, y fue instituida el pasado día 10 de noviembre
de 2012.
En el motu propio, Benedicto XVI indica que “la Iglesia ha
hablado y rezado en todas las lenguas. Sin embargo, las comunidades cristianas
de los primeros siglos usaron ampliamente el griego y el latín, lenguas de
comunicación universal del mundo en que vivían, gracias a las cuales la novedad
de la Palabra de Cristo encontraba la herencia de la cultura
helenística-romana”.
El Santo Padre advierte en la actual cultura un
“debilitamiento generalizado de los estudios humanistas”, con el peligro de un
“conocimiento cada vez más superficial de la lengua latina”. A la par aparece
en algunos ámbitos “un interés renovado” por dicha legua y cultura.
La Academia Pontificia Latinitatis adoptará “métodos
didácticos adecuados a las nuevas condiciones, y la promoción de una red de
relaciones entre las instituciones académicas y entre los estudiosos”.
Razones históricas y culturales han hecho del latín la
lengua oficial de la Iglesia, por eso se considera urgente un uso más
competente de esta lengua, “tanto en el ámbito eclesial, como en el mundo más
vasto de la cultura”.
¿Por qué el latín es lengua oficial de la Iglesia?
Los primeros cristianos, los padres y doctores de la Iglesia
vieron en el latín una lengua universal, apropiada para la promoción de la
verdad revelada en las diferentes culturas de los pueblos; una lengua
universal, que no suscitaba desavenencias, imparcial y aceptada por todos.
Juan XXIII la definió como lengua de “conformación propia,
noble y característica, con un estilo conciso, variado, armonioso, lleno de
majestad y de dignidad”.
Pío XI dice del latín que es una lengua “universal,
inmutable y no popular”, lo que quiere decir que en cualquier lugar del mundo
se puede entender con mayor claridad y rapidez todo lo que comunica la Sede de
Pedro, y al mismo tiempo entenderse con ella de una forma más libre. Porque,
necesariamente, el instrumento de mutua comunicación debe ser universal y
uniforme. En caso contrario, sería difícil establecer qué lengua moderna y, por
tanto, mudable, expresaría con precisión y claridad el sentido de las verdades
fundamentales de la Iglesia.
Pío XI también denominó el latín como “un tesoro de valor
incalculable”, mientras que León XIII la significó como “una puerta que pone en
contacto directo con las verdades cristianas transmitidas por la tradición y
con los documentos de la enseñanza de la Iglesia”. Es un vínculo que une la
Iglesia de hoy con el ayer y el mañana.
Por tanto, el Magisterio se ha ocupado de mantener vivo el
interés, el aprendizaje y el uso de una lengua que se considera “materna”.
También el Concilio se ocupó del tema e incluso aconsejó a los laicos que “sean
capaces de recitar o de cantar juntos, en lengua latina, las partes del
Ordinario de la misa que les corresponden”.
No cabe duda de que la Iglesia ha procurado siempre
facilitar la lectura de los libros litúrgicos y de los documentos de la Sede
Apostólica con la edición de los textos en muchas lenguas del mundo. Pero a
partir de este motu propio de Benedicto XVI se abre una puerta esperanzadora no
sólo a la promoción del latín, sino al relanzamiento de los estudios
humanistas, necesarios para la educación integral de las personas.
*Periodista