jueves, 28 de febrero de 2013

Benedicto XVI se despide de su Iglesia este martes 28

Cardenales, más de 150.000 creyentes en San Pedro y toda la orbe de su Iglesia hermana se une al Papa en este adiós


Benedicto XVI se despide de los Cardenales en la Capilla Clementina, hoy jueves 28, último día de su Papado. El acto comenzó con la palabras del Cardenal Angelo Sodano quien agradeció, al Papa Benedicto XVI, desde esta tarde a las 20,00 horas, Papa Emérito, su entrega y vida a la Iglesia de Cristo. Benedicto XVI inició su intervención asegurando que en la Plaza de San Pedro este martes volvió a vivir de cerca que "la Iglesia está viva". 


El Santo Padre no sólo saludó uno a uno a los Cardenales, sino que además los escuchó, como aseguraban en directo en 13TV "con el fervor de la despedida de los amigos cercanos". A partir de esta tarde, en cualquier momento podrá ser convocado el Conclave para elegir el sustituto, el nuevo Papa, que se sentará en la Silla de Pedro.

El papa Benedicto XVI se despidió el martes con palabras cargadas de emoción y gratitud de los fieles que se congregaron en la plaza de San Pedro para asistir a la última audiencia general antes de su renuncia que se hará efectiva hoy. 

El papa, de 85 años, agradeció a todos los que recibieron con respeto y comprensión su renuncia, anunciada el 11 de febrero. Ante unas 150.000 personas, dijo confiar en Dios y en la Iglesia en todo el mundo, aunque reconoció que ha pasado por tiempos difíciles. 

Sus casi ocho años al frente de la Iglesia católica tuvieron "momentos de felicidad y luz, pero también momentos que no fueron fáciles", aseguró. 

En sus palabras comparó la barca que llevaba a San Pedro y a los apóstoles en el mar de Galilea. "El Señor nos dio muchos días de sol y brisa ligera, días en los que la pesca fue abundante; también hubo momentos en los que teníamos un mar agitado y viento en contra, como ha sido en la historia de la Iglesia, cuando el Señor parecía estar dormido", indicó. "Y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino suya y no la deja hundirse", añadió. 

Respecto de su decisión de apartarse del papado, el primero que lo hace de manera voluntaria en 600 años, sostuvo que lo hizo en plena libertad, conociendo la gravedad y novedad de la decisión, y con la "conciencia serena". "Amar a la Iglesia significa también tener la valentía de tomar decisiones difíciles, teniendo siempre presente el bien de la Iglesia y no el de uno", añadió. 

Insistió en que se aleja porque sus fuerzas han disminuido, pero que seguirá sirviendo a la Iglesia aunque con un bajo perfil. "No abandono la cruz", anunció. Y agradeció a sus colaboradores. "Un papa parece estar solo, pero no lo está al dirigir la barca de Pedro". Hoy, Joseph Ratzinger se trasladará en helicóptero del Vaticano a la residencia de verano de los pontífices, Castel Gandolfo, a las afueras de Roma. A las 20:00 horas local, acabará oficialmente su pontificado.
 

El pontífice alemán se mostró impresionado por el ambiente en la Plaza de San Pedro, en la que la gente gritaba palabras de agradecimiento, agitaba banderas y lo vitoreaba diciendo "¡Benedetto!". "Estoy realmente emocionado", admitió. "Agradecemos el regalo de la fe". Bajo un cielo azul, la multitud celebró su figura desde antes del inicio de la audiencia general, cuando Benedicto hizo un recorrido más largo del habitual en el papamóvil, acompañado de música de órgano y vestido totalmente de blanco. El religioso hizo dos paradas con el vehículo y besó a niños pequeños que le alcanzaron. En el marco de la tradicional audiencia pública de los días miércoles, la plaza -en una mañana fría y soleada- fue colmándose desde temprano con los peregrinos llegados a Roma desde distintas partes del mundo. 

Numerosos cardenales de todo el mundo estuvieron presentes en la ceremonia, así como dirigentes políticos, como el primer ministro de Baviera (su tierra natal), Horat Seehofer . 

La ceremonia arrancó a las 10.35, con la aparición de un pontífice visiblemente conmovido a bordo del tradicional papamóvil, causando una ovación entre la multitud que no dejaba de vivarlo y saludarlo con sus manos, y agitando banderas de los países presentes. Ciento de los fieles portaban carteles con mensajes de agradecimiento a su labor en los 8 años de su pontificado. 

Luego de la catequesis en italiano, seguida de silencios respetuosos e interrumpida con estruendosos aplausos, el Papa saludó en francés, inglés, español y portugués, y dio mensajes en las lenguas polacas, árabe, croata, rumana, checa y eslovaca. 

Cuando hoy deje el Vaticano, a modo de despedida y homenaje, sonarán las campanas de todas las iglesias romanas. Con el final del pontificado, comienza el periodo de sede vacante. Se trata del tiempo en que la Silla de Pedro está sin ocupar, normalmente desde la muerte (o renuncia en este caso) del papa hasta la elección de su sucesor. 

El término procede del latín y significa "silla vacía", en referencia a la Silla de Pedro en la que se sienta el papa. El pontífice está considerado el sucesor del apóstol San Pedro, a quien Jesús designó al frente de su Iglesia, según el evangelio de San Mateo. 

En este periodo, el colegio cardenalicio dirige la Iglesia, aunque sus facultades están limitadas a las tareas y decisiones que no pueden posponerse. La administración queda en manos del camarlengo. 

Discurso íntegro pronunciado por el Santo Padre

"Como el apóstol Pablo en el texto bíblico que hemos escuchado, yo también siento en mi corazón que ante todo tengo que dar gracias a Dios que guía a la Iglesia y la hace crecer, que siembra su Palabra y alimenta así la fe en su Pueblo. En este momento mi corazón se expande y abraza a la Iglesia extendida por todo el mundo, y doy gracias a Dios por las noticias que en estos años de ministerio petrino he recibido sobre la fe en el Señor Jesucristo, y sobre la caridad que circula realmente en el cuerpo de la Iglesia y hace que viva en el amor, y sobre la esperanza que nos abre y nos orienta hacia la plenitud de la vida, hacia la patria celestial.

Siento que os llevo a todos conmigo en la oración, en un presente que es de Dios, en el que recojo cada uno de los encuentros, cada uno de los viajes, cada visita pastoral. Todo y todos reunidos en oración para confiarlos al Señor, porque tenemos pleno conocimiento de su voluntad, en toda sabiduría e inteligencia espiritual, y porque nos comportamos de una manera digna de Él y de su amor, llevando fruto en toda buena obra.

En este momento, dentro de mí hay mucha confianza, porque sé, porque todos sabemos, que la palabra de verdad del Evangelio es la fuerza de la Iglesia, es su vida. El Evangelio purifica y renueva, da fruto, en todo lugar donde la comunidad de los creyentes lo escucha y recibe la gracia de Dios en la verdad y en la caridad. Esta es mi confianza, esta es mi alegría.

Cuando el 19 de abril de hace casi ocho años acepté asumir el ministerio petrino, tenía esta firme certeza que siempre me ha acompañado, esta certeza de la vida de la Iglesia, de la Palabra de Dios. En aquel momento, como ya he dicho varias veces, las palabras que resonaban en mi corazón eran: "Señor, ¿por qué me pides esto? Y ¿qué me pides? Es un gran peso el que colocas sobre mis hombros, pero si Tú me lo pides, con tu palabra, echaré las redes, seguro de que me guiarás, también con todas mis debilidades".

Y ocho años después puedo decir que el Señor realmente me ha guiado, ha estado cerca de mí, he podido percibir su presencia todos los días. Ha sido un trozo de camino de la Iglesia, que ha tenido momentos de alegría y de luz, pero también momentos difíciles; me he sentido como San Pedro con los Apóstoles en la barca del lago de Galilea. El Señor nos ha dado muchos días de sol y de brisa ligera, días en que la pesca ha sido abundante; también ha habido momentos en que las aguas estaban agitadas y el viento contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir.

Pero siempre supe que en aquella barca estaba el Señor y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es suya. Y el Señor no deja que se hunda: es Él quien conduce, ciertamente también a través de los hombres que ha elegido, porque así lo quiso. Esta ha sido una certeza que nada puede empañar. Y por eso hoy mi corazón está lleno de gratitud a Dios, porque no ha dejado nunca que a su Iglesia entera y a mí nos faltasen su consuelo, su luz, su amor.

Estamos en el Año de la Fe, que he proclamado para fortalecer nuestra fe en Dios en un contexto que parece dejarlo cada vez más en segundo plano. Me gustaría invitar a todos a renovar la firme confianza en el Señor, a confiarnos como niños en los brazos de Dios, seguros de que esos brazos nos sostienen siempre y son lo que nos permiten caminar todos los días, también entre las fatigas.

Me gustaría que cada uno se sintiera amado por ese Dios que ha dado a su Hijo por nosotros y nos ha mostrado su amor sin límites. Quisiera que cada uno de vosotros sintiera la alegría de ser cristiano. Hay una hermosa oración que se reza todas las mañanas y dice: "Te adoro, Dios mío, y te amo con todo mi corazón. Te doy gracias por haberme creado, hecho cristiano...". Sí, alegrémonos por el don de la fe; es el don más precioso, que ninguno puede quitarnos. Demos gracias al Señor por ello todos los días, con la oración y con una vida cristiana coherente. ¡Dios nos ama, pero espera que también nosotros lo amemos!

Pero no es sólo a Dios a quien quiero dar las gracias en este momento. Un Papa no está sólo en la guía de la barca de Pedro, aunque sea su principal responsabilidad, y yo no me he sentido nunca solo al llevar la alegría y el peso del ministerio petrino, el Señor me ha puesto al lado a tantas personas que, con generosidad y amor a Dios y a la Iglesia, me han ayudado y han estado cerca de mi.

Ante todo, vosotros, queridos hermanos cardenales: vuestra sabiduría y vuestros consejos, vuestra amistad han sido preciosos para mí. Mis colaboradores, empezando por mi Secretario de Estado, quien me ha acompañado fielmente en estos años; la Secretaría de Estado y toda la Curia Romana, así como a todos aquellos que, en diversos ámbitos, prestan su servicio a la Santa Sede.

Tantos rostros que no se muestran, que permanecen en la sombra, pero que en silencio, en su trabajo diario, con espíritu de fe y de humildad, han sido para mí un apoyo seguro y confiable. Un recuerdo especial para la Iglesia de Roma, mi diócesis. No puedo olvidar a los hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, a las personas consagradas y a todo el Pueblo de Dios en las visitas pastorales, en los encuentros, en las audiencias, en los viajes, siempre he recibido mucha atención y un afecto profundo.

Pero yo también os he querido, a todos y a cada uno de vosotros sin excepción, con la caridad pastoral, que es el corazón de cada pastor, especialmente del Obispo de Roma, del Sucesor del Apóstol Pedro. Todos los días he tenido a cada uno de vosotros en mis oraciones, con el corazón de un padre.

Querría que mi saludo y mi agradecimiento llegase a todos: el corazón de un Papa se extiende al mundo entero. Y me gustaría expresar mi gratitud al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, que hace presente la gran familia de las Naciones. Aquí también pienso en todos los que trabajan para una buena comunicación y les doy las gracias por su importante servicio.

Ahora me gustaría dar las gracias de todo corazón a tanta gente de todo el mundo que en las últimas semanas me ha enviado pruebas conmovedoras de atención, amistad y oración. Sí, el Papa nunca está solo, ahora lo experimento de nuevo en un modo tan grande que toca el corazón. El Papa pertenece a todos y tantísimas personas se sienten muy cerca de él. Es cierto que recibo cartas de los grandes del mundo, de los Jefes de Estado, líderes religiosos, representantes del mundo de la cultura, etc.

Pero también recibo muchas cartas de gente ordinaria que me escribe con sencillez, desde lo más profundo de su corazón y me hacen sentir su cariño, que nace de estar juntos con Cristo Jesús, en la Iglesia. Estas personas no me escriben como se escribe a un príncipe o a un gran personaje que uno no conoce. Me escriben como hermanos y hermanas, hijos e hijas, con un sentido del vínculo familiar muy cariñoso.

Así, se puede sentir que es la Iglesia, no es una organización, no es una asociación con fines religiosos o humanitarios, sino un cuerpo vivo, una comunidad de hermanos y hermanas en el Cuerpo de Jesucristo, que nos une a todos. Experimentar la Iglesia de esta manera y casi poder tocar con las manos la fuerza de su verdad y de su amor es una fuente de alegría, en un tiempo en que muchos hablan de su decadencia. Y, sin embargo, vemos cómo la Iglesia hoy está viva.

En estos últimos meses, he sentido que mis fuerzas han disminuido, y he pedido a Dios con insistencia en la oración que me iluminase con su luz para que me hiciera tomar la decisión más justa no para mi bien, sino para el bien de la Iglesia. He dado este paso con plena conciencia de su gravedad y también de su novedad, pero con una profunda serenidad de ánimo. Amar a la Iglesia significa también tener el valor de tomar decisiones difíciles, sufridas, teniendo siempre delante el bien de la Iglesia y no el de uno mismo.

Permitid que vuelva una vez más al 19 de abril de 2005. La gravedad de la decisión reside precisamente en el hecho de que a partir de aquel momento yo estaba ocupado siempre y para siempre por el Señor. Siempre - quien asume el ministerio petrino ya no tiene ninguna privacidad-. Pertenece siempre y totalmente a todos, a toda la Iglesia. Su vida es, por así decirlo, totalmente carente de la dimensión privada.

He podido experimentar, y lo experimento precisamente ahora, que uno recibe la propia vida cuando la da. Dije antes que mucha gente que ama al Señor ama también al Sucesor de San Pedro y le quieren; que el Papa tiene verdaderamente hermanos y hermanas, hijos e hijas en todo el mundo, y que él se siente seguro en el abrazo de su comunión, porque ya no se pertenece a sí mismo, pertenece a todos y todos le pertenecen.

El "siempre" es también un "para siempre" - no existe un volver al privado. Mi decisión de renunciar al ejercicio del ministerio activo no lo revoca. No regreso a la vida privada, a una vida de viajes, reuniones, recepciones, conferencias, etc. No abandono la cruz, sigo de un nuevo modo junto al Señor Crucificado. No ostento la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, sino que resto al servicio de la oración, por así decirlo, en el recinto de San Pedro. San Benito, cuyo nombre llevo como Papa, me servirá de gran ejemplo en esto. Él nos mostró el camino a una vida que, activa o pasiva, pertenece totalmente a la obra de Dios.

Doy las gracias a todos y cada uno, también por el respeto y la comprensión con la que habéis acogido esta decisión tan importante. Seguiré acompañando el camino de la Iglesia con la oración y la reflexión, con la dedicación al Señor y a su Esposa, que he tratado de vivir hasta ahora cada día y quisiera vivir siempre. Os pido que os acordéis de mí delante de Dios, y sobre todo que recéis por los Cardenales, llamados a un cometido tan importante, y por el nuevo Sucesor del Apóstol Pedro: el Señor le acompañe con la luz y el poder de su Espíritu.

Invoquemos la intercesión maternal de la Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia para que acompañe a cada uno de nosotros y toda la comunidad eclesial; a Ella nos encomendamos con profunda confianza.

¡Queridos amigos y amigas! Dios guía a su Iglesia, la sostiene siempre, y especialmente en tiempos difíciles. No perdamos nunca esta visión de fe, que es la única verdadera visión del camino de la Iglesia y del mundo. En nuestro corazón, en el corazón de cada uno de vosotros, haya siempre la gozosa certeza de que el Señor está a nuestro lado, no nos abandona, está cerca de nosotros y nos envuelve con su amor. ¡Gracias!".

Adiós y Gracias, Benedicto XVI: Muestras de adiós

El presidente de la conferencia episcopal alemana, el arzobispo Robert Zollitsch, cree que Benedicto XVI "influyó decisivamente" en la Iglesia a través de su teología. "Con el papa Benedicto deja la Silla de Pedro uno de los mayores teólogos", afirmó Zollitsch, arzobispo de Friburgo, quién alabó además la capacidad conciliadora de Ratzinger. "Fue un día de melancolía y tristeza por su despedida", indicó.


Unas monjas llevan una pancarta en la que se lee, escrito en castellano, "La grandeza de un hombre en la humildad de un Papa".

"Vine para agradecerle al Papa lo que ha hecho en ocho años de pontificado", contó Giulio, de 67 años, un sacerdote de la región de los Abruzos, centro de Italia.


"Puede que ya no sea el Papa oficialmente nunca más, pero siempre será especial para mí", afirma Giulia, una niña de 12 años, que ha venido a la audiencia con su clase. Un joven vietnamita, Fan, que quiere ser sacerdote, dice: "Amo al papa, estoy triste porque se vaya, pero ha hecho un gran gesto de amor por la Iglesia".
Un grupo de monjes capuchinos procedentes de China, Rumanía e Italia, con sus sotanas marrones y protegiendo la vista del sol con unas modernas gafas, afirman que Benedicto XVI ha sido una "figura paterna, a quien echaremos mucho de menos, pero al que le deseamos lo mejor en su retiro".

¡BENEDETTO!: Entre los aplausos por sus palabras, se escuchan los gritos de "Benedetto, benedetto" y claros "¡viva il Papa!". 

FUENTE: TV13 y EFE

Montaje de información Domingo J. Jorge, responsable de Comunicación del ISTIC, sede de Tenerife