*Francisco J. Castro
La Liturgia es obra
radical y total de Cristo y al mismo tiempo de la Iglesia, como se denomina por
asociación. Cristo es fuente principal de sacramentos, oración y
espiritualidad. La Iglesia es cuerpo terrenal y místico por mandato de Cristo.
La Liturgia tiene por
finalidad la continuidad de la obra sacerdotal de Jesús, la santificación del
hombre, el culto público y la acción sagrada (cfr. Sacrosanctum concilium nº
24, 33, 59, 60 y 122).
Por tanto, dicho lo
anterior, pertenece a todo el Pueblo de Dios, por el bautismo, y se realiza
mediante “gestos y palabras”, absolutamente indispensable para el creyente que
quiera hacer vida de oración, una vida de ofrenda a Dios para el camino de
conversión continua y de salvación.
La Liturgia se sustenta
primero en las Sagradas Escrituras, luego en la Tradición y en el Magisterio de
la Iglesia, a través del culto simbólico y sacramental; mediante signos y la Palabra
revelada.
Su particularidad viene
dada en la participación de la comunidad y en las actitudes espirituales de los
miembros del Pueblo de Dios, y su evolución parte del Antiguo Testamento, mediante
un pueblo que se siente elegido por Dios y que establece alianzas, hasta
Cristo, que es la Alianza definitiva.
Por lo tanto, el culto
está basado en el memorial de la esperanza y en una espiritualidad, desde
Cristo, que agrade a Dios. En la sacramentalidad litúrgica es resultante:
-Dios: Es inmanente y
trascendente.
-Cristo: Es una verdad
ontológica.
-La Iglesia: prolongación
en la tierra del Cuerpo del Señor.
-El hombre: Es signo y
sacramento de Dios y Cristo.
-El mundo: Viene dada la
sacramentalidad por la creación y por los misterios de Dios.
La Liturgia, como
sacramento, se realiza mediante signos, que son significantes, y símbolos, que
son mediadores. Todo símbolo es signo, no al revés. Se expresan en mitos y
ritos, en forma de relatos y lenguaje corporal, respectivamente.
En el Concilio de Trento
se determina el “ex opere operator”, es decir, que el sacramento es eficaz por
la obra de Cristo y por la acción del Espíritu Santo. La gracia, que es la
forma que Dios escoge para hacer partícipe al hombre de su esencia íntima,
tiene soberanía e independencia. La gracia restaura al hombre, sana el pecado,
transforma la vida. En gracia se está con Dios.
Para el desarrollo de la Liturgia
y la oración, la Iglesia ha ido conformando unos libros litúrgicos, con la
finalidad de evitar la improvisación, común en la Antigüedad.
A lo largo de la Historia
de la Iglesia se ha venido pasando de la tradición oral a la escrita hasta
llegar a los libros litúrgicos con que contamos en la actualidad, y se ha
conformado en un orden que se denomina Año Litúrgico. Este ciclo está centrado
en Cristo y en sus Misterios y comienza en el primer domingo de Adviento.
Bajo el Imperio de Carlomagno se fue dando orden a la vida de la
iglesia y a la Liturgia. Aparecieron los “libelli”, libritos de formulación eucológica.
Al pasar del rollo al codex surge el Sacramentario, como primer libro que reunía
los “libelli”. La fuente más antigua que se conoce es el Sacramentario
veronense, de la segunda mitad del siglo VI. Contiene formularios de
celebraciones según el calendario civil de la época.
Tras la decadencia del Imperio
y el influjo germánico aparecen los “ordines”, que eran auténticos libros de
ceremonia. En el siglo XI, las reformas de Gregorio VII dan un nuevo impulso a
la Liturgia y se toma mayor conciencia de la importancia de los libros.
Luego, Inocencio III (1198-1216)
afronta la reforma de estos textos y los “libros mixtos” vienen a cubrir un
vacío en la celebración; un libro para cada miembro de la celebración.
El Concilio de Trento da
otro paso importante, con el Breviarium romanum (1568) y el Missale romanum
(1570).
En el Barroco hay una
decadencia espiritual, pero los fieles cuentan con libros de oración, y en la
Ilustración se intenta una nueva reforma.
Hay que esperar al siglo
XIX y sobre todo al XX, a partir de Pío X y el Concilio Vaticano II, para
disponer de una praxis litúrgica muy completa y ordenada.
Fueron conformándose el
Sacramentario, el Leccionario, el Antifonario, libros mixtos o plenarios, el
Pontifical, el Misal, los rituales, el Breviario, Misal Romano y Liturgia de
las Horas.
Para la lectura diaria de
los fieles disponemos hoy del Diurnal, que viene ordenado según los momentos
del Año Litúrgico.
Estamos en Cuaresma y es
necesario un conocimiento preciso del significado del sacramento de la Liturgia,
y valorar el esfuerzo que ha hecho la Iglesia en ordenar las celebraciones
comunitarias y personal, centradas en la vida de Cristo y en la esperanza
terrenal y escatológica. No hay que olvidar que la Iglesia y los fieles estamos
guiados por el Espíritu Santo, y Dios en Cristo habla a través de estas palabras
y los gestos de la celebración.
Por último, hay que
insistir en la orientación y en la formación, y aparte de la guía espiritual
que podamos encontrar en las parroquias, la enseñanza dogmática la centraremos
en el Instituto Superior de Teología de las Islas Canarias (ISTIC). Desde luego,
la Liturgia está entre las materias que todo creyente o estudiante de Teología –Ciencias
Religiosas- deben tenerla con una clarificación evidente.
*Periodista. Estudiante en Tesina de Licenciatura en
Ciencias Religiosas