*Francisco
Castro
El Papa, Benedicto XVI, convocó el Año
de la Fe, en su carta apostólica Porta Fidei, que comenzará el 11 de octubre de
2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y
terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre
de 2013. El 11 de octubre también se celebran los veinte años de la publicación
del Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por el beato Juan Pablo II,
“con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe”.
El Año de la Fe comporta importantes
actos pastorales, pero sobre todo es un momento para reflexionar, un momento
para la iniciación y la comunión; un momento para acercarnos a la fe o para
reforzar la fe. Este año, en realidad, no empieza y termina en el período de
tiempo mencionado, sino que motiva una vocación de continuidad, porque la
humanidad está necesitada de la fe, la esperanza y la caridad.
La fe es una gracia, una fuerza que
conduce a Dios. Si bien la persona es la que cree, es Dios quien toma la iniciativa,
que pone a prueba a la persona con los efectos de la revelación. Es, por tanto,
un don que además se debe testimoniar con valentía en la comunidad. Si bien hay
una “llamada” de Dios, cada cual es libre de creer, es libre de contestar a esa
llamada. Para saber si Dios “llama” hay que tener oídos para oír y vista para
ver, es decir, tenemos que poner nuestros sentidos en funcionamiento, tenemos
que mostrar la suficiente sensibilidad ante los efectos de la revelación,
efectos que se concretan en la creación y la naturaleza; la Palabra revelada y
la experiencia personal.
El hecho de que Dios “llame” no
significa que sobrevenga la fe como si recibiéramos un haz de luz en toda la
cara. La fe requiere un proceso de discernimiento y maduración, precisamente, porque
somos libres de creer. No obstante, la revelación por la fe se da a veces con
una contundencia que desborda a la persona que ha sentido esa “llamada”.
La Iglesia muestra su preocupación por
los continuos problemas de la humanidad y ofrece esta puerta de la fe para la
salvación de todo el mundo. La fe, como hemos mencionado, es una fuerza; una
fuerza que funciona ante las adversidades de todo tipo; una fuerza que muchas
personas desconocen y acaban con una sensación de vacío cuando se enfrentan a
estas adversidades.
El Año de la Fe está relacionado
directamente con la Nueva Evangelización, anunciada por la Iglesia. Nueva
Evangelización no significa un nuevo Evangelio, sino nuevas formas de dar a
conocerlo, ante una parte del mundo que abraza el materialismo y el hedonismo y
quiere apartar a Dios de la sociedad; un mundo en el que, por el contrario, se
hace más patente la diferencia entre ricos y pobres, entre personas que carecen
de los servicios más elementales. Un mundo que cuenta con recursos suficientes y
que, sin embargo, no llegan a todos de forma equitativa. Ni siquiera eso, no
llegan de ninguna forma.
La Iglesia, para ayudar a estas personas,
ha promulgado la Nueva Evangelización, y el Año de la Fe ayudará a este proceso
por el que se pretende extender la caridad de la Iglesia a todos los rincones
del mundo. Se plantean cuatro etapas en la Nueva Evangelización:
-Acción misionera: está dirigida a las
personas no creyentes o que se han alejado de la Iglesia.
-Acción catecumenal: dirigida al
acompañamiento de las personas que quieren volver a ser cristianos.
-Acción pastoral: es la actividad de una
comunidad eclesial que esté constituida como tal.
-Acción en el mundo: es la proyección
del Evangelio en la sociedad.
Vivimos en una sociedad muy compleja; una
parte de ella se aleja de los valores fundamentales de la persona humana, que
tiene un doble ámbito, espiritual y material. Un mundo material sin el
desarrollo de la espiritualidad carece de sentido, y la espiritualidad también
se puede aprender. La fe se puede “aprender” a través de la Teología
Fundamental. ¡Cómo! ¿No es una “llamada” de Dios? Sí, la fe es un hecho
espiritual, pero también podemos aprender que ciertos estados en la vida pueden
corresponder a la “llamada” de Dios. Podemos poner en práctica nuestros
sentidos y nuestras sensibilidades. Ya lo hemos mencionado, la razón no se
opone a la fe; al contrario, la razón es muy necesaria en la fe.
“El Espíritu Santo suscita el don de fe
en los corazones” (decreto conciliar Ad gentes divinitus, nº 15).
*Periodista