jueves, 6 de septiembre de 2012

DESDE LA PALABRA por Francisco Castro: "La Iglesia, razón de esperanza"


*Francisco Castro

“Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mateo 16,18). Este versículo se suele tomar como referencia de la institución de la Iglesia. Sin embargo, para conocer su origen y fundación también debemos tener en cuenta la relación singular y radical entre Jesús y la historia, entre su estilo de vida y su misión, lo que da una profundidad metahistórica a la finalidad de la Iglesia. Cristo funda su Iglesia para prolongar el anuncio del Reino de Dios y su misión en todas las épocas y todos los lugares.

La Iglesia tiene un origen divino y una dimensión humana. Para entender su origen, tenemos que asomarnos a las Sagradas Escrituras, tanto al Antiguo Testamento como al Nuevo Testamento, lo que no vamos a hacer ahora, a resultas de suponer una tarea de considerable densidad. Si entendemos que las Sagradas Escrituras contienen la Palabra de Dios, porque Dios eligió a un pueblo y a personas concretas y se reveló ante ellos en momentos y espacios concretos, y si entendemos que Cristo es el Hijo de Dios, concluimos que el origen de la Iglesia es sagrado.


Iglesia, como término, viene del latín “ecclesia”, que significa asamblea, y del griego ek-kaléo, que en la versión de las lenguas del Antiguo Testamento viene a significar comunidad de Israel. Para no entrar en el problema hermenéutico, podemos destacar sólamente que aparece “asamblea de Yaveh” en el Génesis, Números, Deuteronomio, entre otros libros. En el Nuevo Testamento, la Iglesia de Jesús sólo aparece en el evangelio de Mateo y luego en el libro de los Hechos de los Apóstoles y en el Corpus Paulino, sobre todo en referencia a la asamblea al servicio litúrgico. Vemos cómo durante el “itinerario” de las Sagradas Escrituras se le da diferentes usos a los términos asamblea y comunidad, pero con un denominador común, es un proyecto eterno para la salvación del hombre, es un estado de comunión, un designio de Dios y, por lo tanto, un misterio.

La Iglesia, como proyecto, queda prefigurada en muchos momentos de las Sagradas Escrituras. “La Iglesia aparece prefigurada desde el origen del mundo y preparada maravillosamente en la historia del pueblo de Israel” (constitución conciliar “Lumen Gentium”, nº 2).  Cristo cumple el mandato divino, cumple las profecías del Antiguo Testamento, y al mismo tiempo da plenitud de significado a la Iglesia.

A partir de ese mandato de Jesús a Pedro se esclarecen, en el Nuevo Testamento, algunos rasgos de la denominada Iglesia primitiva. Jesús eligió a Doce y los envió a predicar (en Marcos, Mateo, Lucas y Juan); fundó apóstoles a modo de colegio o grupo estable y puso al frente a Pedro (en Lucas y Juan). Los Doce gozan de una autoridad delegada de jurisdicción (Corintios); legislativa y judicial (Corintios) y de enseñanza apostólica (Hechos de los Apóstoles).

¿Por qué la Iglesia Católica es la heredera de esta asamblea? Entre otros motivos, por la sucesión apostólica, que se cumple con los sucesores de Pedro. Otra razón fundamental es la fidelidad al mensaje inequívoco de las Sagradas Escrituras, a la luz de la Tradición y del Magisterio. La sucesión en obispos, presbíteros, diáconos y laicos queda reseñada en el Nuevo Testamento, pero no nos vamos a detener ahora en la exégesis que da luz a cada forma de misión apostólica.

Con todo, y después de este brevísimo destello sobre el origen eclesial, podemos determinar que los fines de la Iglesia son correspondencia de la misión de Cristo. La constitución conciliar “Lumen Gentium” (nº 8) señala que “la Iglesia de la tierra y la Iglesia llena de bienes del cielo no son dos realidades distintas. Forman más bien una realidad compleja en la que están unidos el elemento divino y humano. Por eso, a causa de esta analogía nada despreciable, es semejante al misterio del Verbo encarnado”.

La misión de Cristo, que es trinitaria, queda revelada en los textos sagrados: anuncio del Reino de Dios; enseñanza de la Palabra de Dios; respuestas a las inquietudes humanas; respuestas a la esperanza sobre una vida futura; curaciones espirituales y físicas; ayuda a las personas marginadas; libertad para quien no la tiene; amor.

Al trasladar la misión de Jesús a nuestros días, y la misión de los primeros apóstoles, vemos que esta Iglesia, de institución divina y humana, es hoy razón de esperanza, por  el anuncio del Reino de Dios; el compromiso con la caridad, la enseñanza, la sanidad; el compromiso con la libertad; su inculturación, su acción social, entre otras funciones, que realiza con todos los medios posibles y en todos aquellos lugares donde puede llegar su misión. La Iglesia es, como corresponde al cuerpo místico de Cristo, amor y caridad.

“La caridad es paciente y bondadosa; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa ni orgullosa; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta” (1 Corintios 13,4).
*Periodista