viernes, 10 de junio de 2011

El padre Juan Pérez, un buscador de vocaciones


En La Palma y en Tenerife todavía recuerdan el sacerdocio y la persona de don Juan Pérez, un presbítero sobre el que queda presente aquella frase suya para definir el sacerdocio: “Ser sacerdote, sacerdote”. De esta manera encaminó su vocación, buscando entre los más jóvenes a aquellos que quisiesen seguir la estela de Jesucristo.

Don Juan Pérez Álvarez (Breña Alta, 1931-Santa Cruz de La Palma, 1996) es ordenado presbítero por el Obispo don Domingo Pérez Cáceres el 26 de mayo de 1956 en Santa Cruz de Tenerife. Posteriormente, pasa a ser párroco de San Francisco en Santa Cruz de La Palma, además de desempeñar su labor docente como profesor de Religión en el Instituto de Las Nieves. Su hermana, María Rosario Pérez, quien fue su madrina de Ordenación, recuerda perfectamente el día en el que su hermano dio el paso al sacerdocio. Rosario destaca “lo importante que siempre fue para mis hermanos, Miguel y Juan, el ser sacerdotes”, señala. “Concretamente mi hermano Juan, no menos Miguel, insistía siempre en que ser sacerdote conllevaba el ser sacerdote sobre todas las cosas. Siempre decía aquello de un sacerdote tiene que ser sacerdote, sacerdote”. Esta definición para don Juan Pérez conllevaba dos cosas: una era el estar atento siempre a las necesidades de los demás y el acompañar en su vocación a aquellos jóvenes que decidieran formarse como tales.

En este sentido, Rosario Pérez reitera cómo su hermano demostraba con su ejemplo lo necesaria que era la vida austera: “En una ocasión, me dijo que aunque tenía carné de conducir, él no podía tener coche, porque mientras hubiese un pobre al que dar de comer, tener un coche era un lujo”. Ése era el modelo de vida de don Juan, modelo de vida al que también se refieren esos innumerables sacerdotes que accedieron a la vocación a través de esa incasable promoción de vocaciones sacerdotales que lleva a cabo este presbítero palmero.

Un elevado número de sacerdotes diocesanos y jesuitas, de varias épocas, fueron ordenados desde el acompañamiento que don Juan hacía en San Francisco. “Era una persona apasionada, un sacerdote con un gran amor y empeño apostólico, algo que reflejaban sus homilías, catequesis, comentarios en la radio”, comentan. “Así como la gran preocupación y tiempo que dedicaba a la formación de los laicos, adultos, jóvenes y niños”. Don Juan, cuando vio cerca su muerte, se preparó y se despidió de sus feligreses con una carta en la que pedía perdón por sus fallos y agradecía a Dios y a sus fieles tanto bien recibido.