lunes, 18 de abril de 2011

La Opinión de Tenerife realiza un reportaje sobre la Biblioteca del ISTIC


Los tesoros del púlpito

La biblioteca del Instituto Superior de Teología de Canarias guarda entre sus 8.000 volúmenes el mayor fondo de libros de sermones y moral de las Islas

LAURA DOCAMPO

LA LAGUNA/La Opinión de Tenerife. "Las pasiones del hombre, poco castigadas, crecen vigorosamente como ella [la mujer], y llegando a su cenit adquieren un grado de fuerza y de calor al que no se puede resistir, y cuyo foco viene a avivar el mundo, los usos y la opinión general. Es preciso, pues, apoderarse de ellas y ahogarlas con los poderosos lazos de una educación sólida". Esto predicaba monseñor Sibour en la Pastoral de la Cuaresma de 1856 que recoge el libro de consejos morales La mujer cristiana, desde su nacimiento hasta su muerte editado en 1865.
El ejemplar reposa ahora en una de las estanterías de la biblioteca del Instituto Superior de Teología de Canarias (Istic), donde se almacena el mayor fondo documental de las Islas de obras de moral cristiana, catecismo y homilías desde el siglo XVI.

Hasta no hace mucho, las misas eran en latín. Esa barrera idiomática dificulta la lectura al visitante casual de este espacio, pero para cualquier investigador tener a su disposición los sermones que se leyeron en los púlpitos de la Isla desde la época de la Conquista representa todo un tesoro documental.

El encargado de custodiar los 8.000 volúmenes que componen esta biblioteca es el sacerdote Pedro Jorge. "Tenemos una gran riqueza bibliográfica de obras religiosas, que describen como era la vida cristiana de los siglos XVI, XVII y XVIII. Además hay obras paganas de literatura, matemáticas, arte, sociología y medicina. La Iglesia siempre ha sido mecenas de la cultura y cuidar y divulgar este patrimonio de la comunidad cristiana para mí es un gozo y una responsabilidad", afirma mientras recorre los estantes del fondo antiguo.

La catalogación de obras está a medias a la espera de que los archiveros que envía cada año el Ministerio de Cultura continúen con la labor. Los estantes están abarrotados y el suelo lleno de cajas con más libros. Impresiona el buen estado de conservación general de todos los volúmenes, el atractivo de las encuadernaciones, algunas con detalles en pan de oro, y la vigorosidad que mantienen los colores de las tintas empleadas hace siglos.

El director de la biblioteca explica que todavía "queda mucho que ordenar y catalogar" después de haber cambiado, hace unas semanas la distribución del mobiliario para añadir un sector de lectura en el centro de la sala, en el que los usuarios puedan consultar el material con más comodidad. "Estará todo listo para el inicio del próximo curso", avisa.

Además de ser una herramienta de estudio muy útil para los alumnos del Seminario y del Istic, ya que ambos funcionan en el mismo edificio, la biblioteca está abierta al público en general.
Adentrarse en la vida moral de la Canarias del siglo XIX desde algunos de los exhortos que se pueden encontrar aquí puede resultar "curioso", como apunta su director. En un estante cualquiera coge al azar un libro. Aparece La urbanidad, una obra publicada en 1885, en la que Juan de Mata ofrece una colección de principios "ciertos", dice en su prólogo, "de aplicación a todas las circunstancias de la vida". Desde el juego, hasta la conversación con los amigos, pasando por los bailes. En este último punto, reseña lo que se debe hacer cuando el esqueleto se mueve al ritmo de los valses, polkas y habaneras. El autor afirma que"tanto en los bailes de máscaras como en los de etiqueta, se falta a la religión llevando vestidos deshonestos, bailando con maneras impúdicas y tomándose libertades para exaltar los apetitos sensuales".

En relación a la amistad, este autor de finales del XIX advierte a los fieles que no puede existir entre personas de distinto sexo. "Es posible pero inconveniente, porque el trato íntimo de hombre y mujer es peligroso para ellos mismos y levanta sospechas que deben evitarse. El hombre, por mucho que estime a una mujer y celebre sus prendas físicas y morales, no ha de decir que es su amiga, teniendo presente que es así como se ha llamado, hasta por ley, a las concubinas".

Esta visión, que caló tan hondo en las costumbres de la época, hoy contrasta de lleno con la realidad social en la que los fieles siguen cultivando su fe. Sin embargo, hay otros mensajes que no han perdido vigencia. A finales del XIX comenzaban a emerger las cámaras de comercio. Según comenta Francisco Martínez de Mata, en el Apéndice a la educación popular, en las cámaras "de Madrid y todos los puertos traficantes del reino se forman hombres especulativos y enterados de las partes esenciales del comercio que serán las antorchas de la economía política".
La bibliografía de este centro ha servido de referencia para multitud de tesis de investigación y, según detalla su responsable, aspira a seguir "abierta a la comunidad académica para ofrecer obras que difícilmente puedan hallarse en otra parte". Pedro Jorge espera a un alumno del Conservatorio de Música de Tenerife que realizará una investigación sobre la evolución de la música litúrgica a lo largo de los siglos. Para ello consultará la amplia colección de libros de sermones en los que se pueden encontrar pentagramas con los cantos ceremoniales que se entonaban en las parroquias.

Las obras almacenadas en esta biblioteca del barrio de La Verdellada, en La Laguna, llegaron aquí donadas en su mayoría por religiosos de las Islas. Otras terminaron aquí porque las nuevas ediciones las iban relegando. Además, los cambios en las ceremonias religiosas que se adoptaron a partir del Concilio Vaticano II hicieron que muchos tomos quedaran desfasados y fueran directos a la biblioteca.

Asimismo, los fondos han seguido enriqueciéndose durante el siglo XX con las donaciones de los obispos de Tenerife. En una sección están los libros que pertenecieron al recordado Domingo Pérez Cáceres. Todos tienen su sello personal, lo que permite identificarlos sin margen de duda y aprender un poco más sobre los intereses y las aficiones que cultivaba su dueño. También hay una extensa biblioteca que perteneció a Luis Franco Gascón (fundador del edificio que ocupa hoy el Seminario) y a Felipe Fernández.

La biblioteca de Fernández fue donada por el actual obispo, Bernardo Álvarez, cuando asumió el cargo. Conocedor de la costumbre, Álvarez envió al Istic todos los volúmenes que había dejado su antecesor. Con esa decisión salvó de las llamas, que dos meses más tarde consumieron el edificio de la calle San Agustín, las obras de teología y sociología y también una valiosa colección de poesía, de la que Fernández era muy aficionado.

También han hecho donaciones personas seculares como el Conde Siete Fuentes y el catedrático de Arte Alberto Darias. Por eso no es de extrañar que en este rincón las andanzas de Don Quijote compartan espacio con las confesiones de San Agustín.